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5 cosas que aprendí ayudando a pacientes a mejorar su relación con la comida

No todas las batallas con la comida se ven desde afuera.

A lo largo de mi trabajo clínico como nutricionista, he acompañado a personas que no necesitaban una dieta más estricta, sino algo mucho más profundo: reconectar con su cuerpo, sus emociones y su historia alimentaria.

Por eso, desde la primera consulta, abordo no solo lo que comen hoy, sino cómo han vivido la alimentación desde la infancia. Y lo que suele emerger es potente: creencias, mandatos familiares, traumas, reglas rígidas, frases repetidas que dejaron huellas como:

“No te puedes parar hasta que termines el plato.”
“Tienes que comer esta fruta, te guste o no.”
“Todo lo que comes te engorda.”


Estas ideas, aunque comunes y muchas veces bien intencionadas, suelen dejar cicatrices: desconexión con el hambre, con la saciedad, con el placer de comer.

También he visto personas que llevan años en dietas restrictivas desde muy jóvenes, que aprendieron a comer con culpa o miedo. Con frecuencia, esto termina en déficits nutricionales, desregulación hormonal y una relación dolorosa con el cuerpo.

Acompañarlas en este proceso ha sido profundamente transformador —y estas son algunas de las lecciones más valiosas que me llevo.

1. La culpa pesa más que el postre

Muchas personas no comen por hambre, sino por ansiedad, tristeza, aburrimiento o agotamiento emocional. Y cuando lo hacen, sienten culpa. Lo más duro es que no es el alimento lo que daña, sino la narrativa que lo acompaña.

No necesitamos más control. Necesitamos más comprensión, más compasión y más herramientas para regularnos emocionalmente sin usar la comida como castigo o consuelo.

2. No es falta de voluntad, es desconexión

He escuchado muchas veces: “no tengo fuerza de voluntad”. Pero en realidad, la mayoría de las personas que sienten que “fracasan” al seguir una dieta no necesitan más reglas, sino volver a escuchar su cuerpo.

Cuando entendemos cómo se sienten el hambre real, la saciedad, el placer y el enojo que llevamos al plato, empezamos a sanar desde la raíz.

3. Las reglas rígidas alejan la salud

Cuanto más prohibimos, más ansiedad creamos. El cuerpo no responde bien al castigo. He visto cómo las dietas basadas en “todo o nada” generan obsesión, atracones, culpa… y más desconexión.

La verdadera nutrición no nace de la perfección, sino del equilibrio flexible y sostenible.

4. Sanar la relación con la comida también sana la autoestima

Cuando una persona empieza a permitirse comer sin juicio, cuando deja de ver la comida como enemiga y aprende a nutrirse, no solo mejora su salud física: también se reconcilia con su cuerpo y su historia.

He visto lágrimas de alivio cuando alguien dice por primera vez: “Comí sin culpa.”

5. El cambio sostenible nace de la curiosidad, no del castigo

Cuando dejamos de preguntarnos “¿por qué no puedo controlar esto?” y empezamos a decir “¿qué me está queriendo decir mi cuerpo con esto?”, todo cambia.

La nutrición que acompaña, no impone, es la que transforma. Porque no se trata solo de cambiar lo que comemos… sino de cómo nos hablamos cuando comemos.


Comer no debería ser una fuente de miedo o culpa.Y sanar la relación con la comida no es un lujo: es parte de tu salud.

Si tú también estás en ese camino, no estás sola. Hay otra manera de nutrirte que no te exige pelear contigo misma, sino volver a confiar en ti.

 
 
 

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